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Foto del escritorCharly Oviedo

Capítulo 7 - A la gorra.

Actualizado: 28 ago 2020

Bajar de los escenarios, para comenzar nuestro camino como artistas callejeros, fue una experiencia que no sería fácil emprender.



El domingo 28 de marzo de 2010 es la fecha que voy a tomar como el inicio de Los Oviedo como grupo musical, aunque el nombre vendría mucho después. La fiesta de la estación, así se llama el festival en el que debutamos, ante más de tres mil personas que nos vieron hacerlo, en el Estadio Municipal de Arrecifes esa noche alrededor de las 21 horas. En esta época del año las lluvias visitan continuamente la ciudad, pero esa noche era un regalo para nuestro debut, las estrellas brillaban limpias en el cielo y detrás del gran escenario, montado sobre la gran alfombra verde del campo de juego, se podía ver claramente la cruz del sur, era una noche muy especial.

Hacía un tiempo ya que veníamos haciendo música juntos en forma de trío, pero solo para reuniones familiares o de amigos, en público nos habíamos presentado haciendo tres o cuatro temas como músicos invitados en un par de shows de “Panchi” Aiello", una reconocida cantante de la ciudad, con una trayectoria de más de 50 años, con la que habíamos entablado una gran amistad a partir de un programa de televisión que, con Ana, producíamos en el canal local.

Pero esta era nuestra presentación oficial, ante los que habían escuchado hablar de Simón, un nenito con voz dulce, de 8 años, que cantaba junto a su hermano Natanael de 6, que apenas sobresalía detrás del bombo que tocaba, y a su papá.

La locutora, subió la escalinata del escenario con una mezcla de emoción y nerviosismo, para presentar a los artistas que seguían en la grilla de programación, convencida de que merecían lo mejor de su parte.

Hoy, es una noche muy especial para mí – dijo – porque los que ahora voy a presentar, además de ser artistas, son mi familia.

La voz de Ana, que se escuchaba en todo el estadio, nos invitó a subir y entre los aplausos de bienvenida comenzó el show.

Para aquella ocasión pensé en invitar a dos amigos músicos para que nos acompañaran, Sebastián Rochi en bajo y Cristian Rodríguez en batería, este último era el profe de Natanael, también tuvimos un cuadro de baile cuando interpretamos una zamba, Daniel y Daniela Acevedo, parece juego de palabras pero no lo es, ellos son hermanos y tienen una escuela de danzas folklóricas, eso también sería nuestra marca, cada vez que pudiésemos, invitaríamos a artistas para que puedan compartir lo que hacen, con los demás.

Allí estábamos, entre amigos, compartiendo ese momento que no era solo nuestro, era de todos. Mientras, Ana miraba atenta desde un costado, preocupada por si los niños se pusieran nerviosos ante tanta gente, y nunca tan lejos de eso, ellos lo disfrutaron como siempre lo hacían, como en cada ensayo y más aún.

Desde la tercera fila, a la izquierda de la tarima, mi viejo disfrutaba de las canciones, lo pude ver y supe que lo estaba haciendo, cerrados sus ojos, así estaba, esa era la señal cuando se metía en la música que escuchaba, viajando quien sabe adónde en los acordes, montado en la voz de Simón, y apoyado en los repiques del bombo legüero de Natanael, el pecho inflado de orgullo como el mío.

Esa noche sellamos públicamente lo que hoy lleva más de diez años, sigue y seguirá hasta donde quiera Dios que siga.

En aquella presentación, en ese escenario arrecifeño, iniciamos un camino, de acordes y melodías, que tengo la satisfacción de recorrerlo con mis hijos, siempre en familia, de compartirlo con amigos y en este viaje, con todo aquel que quiera hacerlo.

No buscamos más que eso, compartir y dar lo que hacemos, con los amigos, con los que quieran por un rato sumarse a la ronda. El espíritu de nuestro viaje es ese, sabemos que cada momento es único e irrepetible.


Y vale lo que cuento, como prólogo a aquella tarde de sábado en plaza San Martín, allí en La Consulta. Los tres éramos “bichos de escenarios”, siempre sobre tablas, moviéndonos en lo que se conoce como la normalidad de un show artístico, el público perfectamente organizado en sus butacas, dispuestos a escuchar nuestras canciones, y nosotros deseosos de salir a escena, sabiendo que los que estaban, aunque no hubiesen ido solo por nosotros, nos iban a escuchar. Si bien habíamos experimentado el tocar en la calle, en la feria de los domingos en Villa 25 de Mayo, esto no era lo mismo que aquello, en esas dos o tres veces que fuimos, contábamos con la complicidad de amigos que estaban en el lugar, no estábamos solos totalmente como en el centro de aquella plaza.

Era, esa tarde, el momento de inaugurar una nueva etapa en nuestra carrera como artistas, salir de la estructura conocida, en la que nos sentíamos cómodos y seguros, y descubrir la reacción de la gente que, ni siquiera pasaba por el lugar para escuchar lo que hacíamos. Y así empezamos, dando miles de vueltas antes de decidir qué día, a qué hora y en qué lugar. Tímidos, sin volumen, con el sombrero puesto casi, en medio de nosotros y no al paso de los pocos que transitaban por la plaza. Y pasó la primer tarde, y la segunda, y en una de las siguiente, llegó nuestro primer público, mejor dicho, de Natanael y Simón, del repertorio que habían elegido, y allí, tan tímida como nosotros, se acercó una joven pidiendo escuchar una canción, y su amiga, que miraba desde lejos, se animó a acercarse, y pasó una maestra que se agachó para dejarnos un dinero en nuestro sobrero marrón a cuadros, y Ana salió a su encuentro, para quedarse un buen rato charlando de nuestro paso por allí, y las jovencitas ya no eran dos sino cinco, de repente la gente que pasaba por la vereda de enfrente se acercaba para curiosear, y todo se fue dando, despacio, y nosotros ganamos confianza, y a la semana de estar en esa plaza, habíamos logrado que la gente se acercara, con su mate, de lejos claro, a pasar la tarde con nosotros, y algunos, los más valientes, pañuelo en mano nos pedían una zamba o chacarera para bailar, y a los niños les llamaba su atención los instrumentos, y hasta a la policía local los pudo la intriga, de saber quiénes eran los que todas las tardes tocaban música, que se llegaron un mediodía a visitarnos.

Y cuando el hielo se había roto en mil pedazos, nos sentimos con la seguridad de ir por más, y fue nuestra representante en busca de un show en algún restaurante cercano, y por esto hablamos con Jesica, quien se convirtiera en la primer artista plástica, en pintar a Mr. B, más tarde conocimos a Sebastián de Mc Umy, un lugar espléndido donde tocamos más de una vez, y fue el mismo Sebas, quien nos contactó con Eduardo, y él nos hizo una nota en su programa de radio, y nos ubicó en un mejor lugar de la plaza, donde podríamos usar energía para nuestros equipos, y luego vino a conocernos Graciela Álvarez, Presidenta del Honorable Consejo Deliberante, que nos sorprendió con su calidez.

Hoy, no podemos hablar de La Consulta, sin recordar a todos ellos. A cada uno, incluso recordamos a las personas de las que solo tenemos un detalle en particular, y cuando contamos esto, como ahora se lo estoy contando a Ud. querido lector, recordamos a las chicas de pañuelo blanco que bailaban en la vereda, mientras nosotros interpretábamos alguna canción folclórica, o la señora con el nenito que se paraba a mi lado, embobado con mi guitarra, para tocarla y aplaudir, a la parejita que todas las tardes se acercaban con el mate y su gran termo verde flúo, que nos causó tanta gracia, al cuidador de la plaza que dejaba guantes de trabajo tirados por todos lados, y a la chica de la mochila, donde Ciro, marcó territorio.

Cada mañana al despertar, no dejábamos de sorprendernos y de admirar, mientras el mate pasaba de mano en mano, lo hermoso de aquellos picos cordilleranos, nevados, que por momentos eran tapados por las nubes, las mismas que días más tarde, trajeron la lluvia que nos jugó en contra algunos días, pero aprendimos de esa circunstancia, y también la incluimos en nuestros planes.


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